Cuando pensamos en dislexia, muchas veces la asociamos únicamente con las faltas de ortografía, pero la dislexia es mucho más que eso.
No todas las faltas ortográficas indican dislexia, ya que pueden deberse a múltiples factores como la falta de hábito lector, poca práctica en la escritura o un aprendizaje deficiente de las reglas ortográficas.
¿Qué implica realmente la dislexia?
Las personas con dislexia pueden presentar dificultades en:
✔ Conciencia fonológica: Problemas para reconocer y manipular los sonidos del lenguaje.
✔ Acceso al léxico: Dificultad para encontrar la palabra adecuada en determinados momentos.
✔ Lateralidad y orientación espacial: Problemas para distinguir derecha e izquierda o recordar direcciones.
✔ Fluidez y precisión lectora: Lectura más lenta, con errores y menor comprensión.
Es fundamental diferenciar la dislexia de otras dificultades en la lectoescritura para poder ofrecer el apoyo adecuado a cada niño. En este vídeo, te explico por qué no debemos equiparar dislexia con faltas ortográficas y cómo reconocer sus verdaderas características.
🎥 Dale al play y descubre más sobre este tema clave en la educación inclusiva.
La dislexia no desaparece con el tiempo, pero con las estrategias adecuadas podemos ayudar a que los niños con esta dificultad de aprendizaje desarrollen herramientas para mejorar las dificultades que se asocian y la confianza en sí mismos.
En este vídeo te comparto propuestas de trabajo sencillas y efectivas que pueden aplicarse en casa y en el aula para fortalecer áreas clave como:
✔ Conciencia fonológica: Juegos de rimas, segmentación de palabras y actividades multisensoriales.
✔ Acceso al léxico: Técnicas para mejorar la fluidez verbal y la recuperación de palabras.
✔ Orientación espacial y lateralidad: Actividades corporales para afianzar derecha-izquierda.
✔ Estrategias lectoras: Uso de marcadores de lectura, audiolibros y métodos adaptados.
✔ Apoyo en la escritura: Dictados visuales, escritura con colores y teclados digitales.
Lo importante no es solo corregir, sino acompañar el proceso de aprendizaje con paciencia y reforzando siempre la autoestima del niño.
🎥 Dale al play y descubre cómo estas pequeñas acciones pueden marcar la diferencia en la vida de una persona con dislexia.
Aprender no tiene por qué ser aburrido ni limitado al aula. Existen juegos fáciles y divertidos que pueden practicarse en cualquier momento y lugar—camino al colegio, en la compra, en casa o en el parque—y que ayudan a fortalecer habilidades clave en la lectura, escritura, orientación y coordinación.
En este vídeo compartimos algunos juegos prácticos que complementan el aprendizaje de manera natural y lúdica.
🎲 1. Palabras encadenadas
Uno de los juegos más sencillos y efectivos. Un jugador dice una palabra y el siguiente debe decir otra que empiece con la última sílaba o letra de la anterior.
Ejemplo: Ropa – pato – tomate – tela…
Ayuda a trabajar: conciencia fonológica, atención y vocabulario.
🎲 2. Encuentra palabras con sonidos o letras específicas
Elige un sonido o una letra y piensa en el mayor número de palabras que lo contengan.
Ejemplo: “Dime 5 palabras que empiecen por ‘m’” (mesa, mamá, mar, manta, mapa).
Refuerza: la conciencia fonológica y la rapidez en el acceso al léxico.
🎲 3. Categorías de palabras
Un jugador elige una categoría (animales, colores, comidas…) y los demás deben decir palabras que encajen en ella. Se puede añadir dificultad poniendo un tiempo límite.
Ejemplo: “Di 3 frutas en 5 segundos” (plátano, fresa, manzana).
Mejora: la organización del lenguaje, la memoria semántica y el acceso al léxico.
🎲 4. Juegos de orientación y lateralidad
“Simón dice” con órdenes espaciales (Simón dice: toca tu pie derecho, gira a la izquierda…).
Carreras o circuitos con instrucciones (salta 3 veces a la derecha, da una vuelta y toca el árbol más cercano).
Favorecen: la lateralidad, la orientación espacial y la coordinación motriz.
Lo mejor de estos juegos es que no necesitas materiales ni preparación, y pueden practicarse en cualquier momento del día.
🎥 Dale al play y descubre cómo estas actividades pueden hacer que el aprendizaje sea más accesible y divertido.
Las praxias son la capacidad que tenemos para planificar y ejecutar movimientos voluntarios con precisión y coordinación. Desde acciones básicas como abrocharse un botón hasta secuencias más complejas como escribir o montar en bicicleta.
Cuando hay dificultades en esta planificación y ejecución motriz, hablamos de dispraxia. Se trata de un trastorno del desarrollo de la coordinación que puede afectar tanto a la motricidad gruesa (correr, saltar) como a la fina (escribir, usar cubiertos). A menudo, se asocia con otras condiciones neurodivergentes como el TDAH, el TEA, la dislexia, o también las altas capacidades.
Si notas que un niño/a tiene dificultades persistentes para realizar ciertas acciones cotidianas, lo mejor es consultar con un especialista. La intervención temprana y el acompañamiento adecuado pueden marcar la diferencia. 💙✨
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¿Sabías lo que son las praxias? Habías oído hablar de la dispraxia?
La dispraxia es mucho más que ser “torpe” o “despistado”. Es un trastorno del desarrollo de la coordinación que afecta a la planificación y ejecución de movimientos, dificultando muchas actividades cotidianas.
Algunas señales comunes en niños/as con dispraxia:
✔️ Dificultad para atarse los cordones.
✔️ Problemas con el uso de cubiertos o derramar la comida con frecuencia.
✔️ Dificultad para peinarse, abrochar botones o subir cremalleras.
✔️ Torpeza al correr, saltar o montar en bici.
✔️ Falta de precisión en gestos motores finos, como escribir o recortar.
A veces, estos retos pueden generar frustración y afectar la autoestima. Pero con apoyo, adaptaciones y mucha paciencia, pueden mejorar significativamente.
Si notas estas dificultades de manera persistente, es importante consultar con un especialista para valorar y acompañar adecuadamente.
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¿Conocías estos signos de la dispraxia? ¿Te gustaría que compartiera estrategias para mejorar la coordinación y la autonomía?
Saber comunicar lo que sentimos y necesitamos es esencial.
Desde pequeños, es importante aprender a reconocer nuestras emociones y expresar lo que necesitamos. Sin embargo, este proceso no es automático: requiere práctica, acompañamiento y mucha conciencia.
Cuando un niño aprende a identificar sus emociones y pedir ayuda cuando lo necesita, está desarrollando una habilidad que le protegerá toda la vida.
Poder expresar lo que sentimos no solo nos ayuda a gestionar mejor las dificultades del presente, sino que también previene problemas emocionales en el futuro. Saber pedir ayuda cuando la necesitamos puede salvarnos la vida.
Criar con consciencia significa ofrecer a nuestros hijos herramientas para que puedan comunicar su mundo interior, para que sean escuchados y comprendidos, y para que sus necesidades emocionales y relacionales sean cubiertas.
¿Cómo trabajamos esto con los más pequeños? A través del juego, la validación emocional, los cuentos, el acompañamiento y sobre todo, con el ejemplo.
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Familia y escuela: un equipo imprescindible.
Cuando familia y escuela caminan juntas, cuando hay escucha activa, paciente, atenta y empática, cuando ambas partes se implican de verdad…
¡Pasan cosas maravillosas! Porque la educación es un trabajo en equipo, donde cada niño o niña necesita sentirse comprendido, apoyado y acompañado tanto en casa como en el aula.
Y esto cobra aún más importancia cuando hay necesidades educativas especiales. Si nos escuchamos de verdad, si entendemos que ambos buscamos lo mejor para cada niño, podremos encontrar caminos, soluciones y apoyos que marcarán la diferencia.
Juntos podemos obrar milagros.
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¿Cómo ha sido tu experiencia con la comunicación familia-escuela?
¿Tú le has gritado alguna vez a tus hijos?
Yo sí... y ojalá no vuelva a pasar. Pero si algo tengo cada vez más claro es que su comportamiento no es la razón de mi grito. La verdadera razón es mi cansancio, mi agobio, mi falta de recursos en ese momento.
Nuestros hijos no son responsables de nuestras emociones. Ellos no nos hacen gritar, somos nosotros quienes llegamos a ese punto cuando no hemos atendido nuestras propias necesidades.
Parar, respirar y escucharnos antes de reaccionar nos ayuda a gestionar mejor esos momentos de tensión.
Poner en palabras cómo nos sentimos y qué necesitamos nos permite buscar soluciones antes de explotar.
Reparar después de un grito es fundamental. Pedir perdón, explicar lo ocurrido y trabajar en cómo hacerlo mejor la próxima vez.
Educar desde la calma no significa no perder nunca los nervios, sino aprender a gestionarnos y acompañar con respeto también en nuestros errores. ¿Te ha pasado alguna vez? ¿Cómo lo gestionas tú?
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Pedir perdón no es solo una palabra, es un acto de humildad, de amor y de crecimiento. Reconocer nuestros errores, asumir la responsabilidad y disculparnos genuinamente es clave para reparar relaciones, fortalecer vínculos y sanar heridas.
A veces pensamos que, por ser adultos, no necesitamos pedir disculpas a nuestros hijos, alumnos, amigos o familiares. Pero hacerlo no solo nos humaniza, sino que también les ofrecemos un modelo sano y positivo para que ellos aprendan a hacer lo mismo.
Cuando nos equivocamos y pedimos perdón, estamos diciendo:
✔️ Me doy cuenta de mi error y lo asumo.
✔️ Me importas y quiero reparar el daño.
✔️ Estoy comprometido a mejorar.
El perdón nos libera, nos acerca y nos recuerda que todos estamos en constante aprendizaje. No es un signo de debilidad, sino de valentía. ¿Cuándo fue la última vez que pediste perdón de corazón?
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Las mañanas pueden ser caóticas, llenas de prisas, responsabilidades y estrés. Pero la forma en la que despertamos a nuestros hijos puede marcar la diferencia en cómo afrontarán su día.
Un despertar con amor, respeto y calma es un regalo. Un "buenos días" con ternura, un abrazo, una sonrisa o simplemente un tono de voz amable pueden influir en su estado emocional y en cómo se enfrentan a lo que venga.
Y como docentes, también tenemos un poder inmenso: la acogida. Algunos niños llegan a clase después de mañanas difíciles, de gritos, de prisas o de agobios. Nosotros podemos ser ese primer refugio seguro del día, el primer gesto amable que les ayude a empezar mejor.
Pequeños gestos que pueden marcar la diferencia:
✔️ Mírales a los ojos y sonríe.
✔️ Dales los buenos días con cariño.
✔️ Hazles sentir que son bienvenidos.
✔️ Regala palabras amables y paciencia.
Porque cada día es una nueva oportunidad de sembrar amor y confianza. Y esa siembra, tarde o temprano, florece.
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